Mayte de las Heras, Madrid,
pertenece a la Asociación Espacio
de barrio Almudena Grandes integrada en la Plataforma Seguimos Viviendo.
Soy una
víctima más del SAT.
Fui una
niña del SAT.
De las
afortunadas, porque mis secuelas a día de hoy no son tan graves que me hayan
impedido llevar una vida normal. He ido al colegio. Es cierto que salía constantemente
a mitad de clase para ir a las revisiones, que aún hoy recuerdo como una
tortura por el dolor que pasaba en ellas; era tan solo una niña, que debía
vivir en un mundo de sueños, de deseos, y que no comprendía ese miedo constante
en el que vivíamos en mi casa, en mi barrio.
Era tan
solo una niña más. Y no sabía el por qué de esa sensación de miedo terrible
ante la espera: espera de saber qué causaba esa enfermedad que nos estaba
matando, espera de unos resultados de análisis que siempre salían con malos
resultados, de unas pruebas nuevas que no eran alentadoras; vivía sin saber qué
ocurría, en una atmósfera de pánico terrible por parte de mis pobres padres,
que vieron como los tres hijos estábamos afectados; tres, dos, uno, el número
no es más que dolor añadido, el número de afectados no resta, siempre suma.
Soy una
mujer del SAT y ese dolor interno, me acompañará mientras viva. No sólo por mí,
también por ellos, mis padres, que murieron un mucho en aquellos días.
Como
niña del SAT estudié EGB, COU, tantas cosas que hoy ni suenan a los jóvenes y
ya no tan jóvenes, estudios que pertenecen al pasado y que son pasado como
parece , nuestra enfermedad, que no suela a nadie que tenga hoy más de 30 años.
Fui una
adolescente del SAT y acabé una carrera e incluso, pude empezar a trabajar.
De las
afortunadas. Fui muy afortunada porque pude hacerlo.
Sin
embargo, ni un solo día de mi existencia he vivido sin dolor: esa es la verdad.
He aprendido quizás a mal-convivir con él, a seguir adelante sin pensar que
está ahí, como fiera que corroe las entrañas. Ese dolor de tripa, estómago, ese
dolor del centro de mi ser, no me ha abandonado desde el día que nació en mí;
retorcida por él, me cuidaron en casa. Las noticias de horror se sucedían en la
televisión: muertes que se sucedían sin saber la causa; al final no les quedó
remedio: me llevaron, muy niña aún, al hospital. Fue el día que dieron el
terrible diagnostico, entre susurros, a mis padres. No a mí, niña aún. Yo sólo
vi las lágrimas de impotencia de mi padre, el desmayo de mi madre. El dolor de
una familia destrozada.
Fui a
una niña del SAT, soy una mujer del SAT. Ojalá sea una anciana que cuente mi
historia algún día, pero lo dudo porque moríré seguramente joven, como lo hizo
mi padre y tantos otros padres y tantos hermanos e hijos.
He
aprendido a ignorar ese hormigueo, o más bien calambreo (¡seguro que esa
palabra no existe, pero los enfermos del SAT sí la reconocemos como real y
necesaria en nuestras vidas!); ignorar ese dolor muscular, neurológico, que recorre
mi cuerpo y que tantas veces me agarrota.Ignorarlo para Seguir viviendo.
He
aprendido a respirar, a pulmón abierto, con ansia: yo, que siento que tantas
veces me falta el aire.
Y sobre
todo, he aprendido, miren ustedes qué bien, a dar vida al refrán de “al mal
tiempo, buena cara”, y sonrío…
Sonrío
siempre, muchas veces en los peores momentos y cuando nadie entiende porqué.
Sonrío con dolor, con pena, y lo hago porque estoy viva, porque sigo viviendo,
porque tengo que sonreír, y reír y abrazar la vida, porque lo hago por tantos
de los que hoy ya no pueden sonreír.
Y a
veces es sólo una mueca que contrae mi dolorida mandíbula por el dolor (ay,
cómo nos duele la boca a los del SAT), pero lo hago también porque yo hoy Sigo
viva y debo sonreír a los que sufren por la muerte de sus seres queridos y
también a los que ya no pueden sufrir, porque no están
Fui
una niña del SAT. Sigo viva y soy afortunada porque sigo viva.
Con
nuestro dolor, nuestra pena, nuestra vida tan distinta de la que debería ser,
pero Seguimos Viviendo